viernes, 5 de septiembre de 2014

Crónicas de viaje II: Cal Companyó

El 18 de agosto a las 9:30 de la mañana partía desde la Estació Barcelona Nord en el bus de línea Barcelona-Berga-Llívia, destino: Guardiola de Berguedà. El día había amanecido sofocante y extremadamente húmedo en la Ciutat Comtal pero a medida que avanzaba el camino el cielo se fue nublando. “Excelente!” ⎯pensé⎯ “ya va llegando el fresco; si además viene acompañado de lluvia mejor que mejor.“ Uno de los objetivos marcados, evitar el calor, parecía que se iba cumpliendo y cuando el bus hizo la parada del cigarrillo en Berga comprobé que la temperatura era deliciosamente fresca, hacía falta rebequita, ¡yuju!

Durante la paradiña en Berga tuve ocasión de conversar con el conductor del autobús. Me explicó que llevaba en la carretera desde las 4 de la madrugada que había salido de Llívia camino de Barcelona y, al comentarle que venía de Valencia, me preguntó, con una buena dosis de sarcasmo, cómo lo llevábamos con la señora Rita y sus colegas de la Generalitat (lo que me provocó un “menuda colla de cabrons indecents” automático), para acabar despotricando sobre el caso Pujol, la herencia y su querella contra los bancos andorranos. Quedamos de acuerdo en una cosa respecto a todos los elementos mentados: “No en futrem rè”, y así quedó la cosa; no hacia falta ni era el momento de profundizar en el tema y yo quedaba encantada ante mi primera incursión en el habla de la zona (fanática de la fonética que és una). La siguiente parada era Guardiola.

La pareja que lleva Cal Companyó, Noe y Martín, se ofrecieron a venir a buscarme a la parada, cosa que no puedo dejar de agradecerles porque la mochila pesaba como una losa y el refugio estaba a una buena hora andando, si no más, desde el pueblo. Fue Martín quien apareció a los pocos minutos de llegar el bus y su naturalidad al saludar y pedirme unos minutos para ir a la ferretería mientras esperaba en el 4x4 me gustó, nada de formalismos, genial. Durante el camino de subida al refugio me explicó que era de Córdoba, Argentina, que hacía poco que conducía, que igual era un pelín brusco manejando la subida, que era cocinero, y me habló de Noe y del refugio, que dirigían desde hacía sólo unos meses. Me comentó que iba a estar sola hasta el día siguiente que llegaban unos muchachos de Madrid y me habló de las rutas a pie que se pueden hacer desde el refugio. Al llegar me presentó a Noe, me registré y los dos me acompañaron a la que sería mi habitación.

Cal Companyó es parte hotel, parte refugio, más el área de registro, restaurante y sala de estar. La zona de hotel tiene 5 ó 6 habitaciones que pueden adaptarse colocando más o menos camas y/o cunas a las necesidades de l@s viajer@s, la mayoría abuhardilladas. La zona del refugio consta de una gran sala de estar y 6 habitaciones para 6 u 8 personas. Cada habitación tenía el nombre de uno de los picos de la zona: Pedraforca, Moixeró, Cadí... Martín me ofreció la nº 5: Cadí, era la más alejada de la entrada, pero la que mejor cobertura wifi tenía y la más cercana al baño; además me dijeron que lo más seguro es que no iba a compartir habitación con nadie durante mi estancia. Así que tome posesión del Cadí y ya que disponía de todo el espacio para mi solita deshice la mochila; me di una ducha y bajé a comer.

Mi primer ágape fue una ensalada con queso de cabra y un pastel de atún que estaban deliciosos, sobretodo la ensalada, que con la combinación del verde, los frutos secos y el aroma del queso pasado por la brasa, que lo impregnaba todo, me quedé más que encantada y lo anoté como plato a degustar de nuevo.


Por la tarde di un mini paseo, hice algunas fotos, leí y escuché. La brisa atravesando las ramas de los árboles, los pájaros alimentando a sus crías, y los grillos y otros bichejos que no sé reconocer sonando como ellos tienen a bien sonar componían el silencio más estruendoso que había escuchado en toda mi vida. Todavía tenía mariposas en el estómago y no pude evitar preguntarme qué narices iba a hacer yo 11 días en un lugar donde, sin coche, lo que principalmente se podía hacer era caminar montaña arriba, montaña abajo conmigo misma. Pero decidí no preocuparme por eso. Llevaba puesto el forro polar; el gato Ungles, un total y absoluto sinvergüenza, se había plantado sobre mis piernas quedándose dormido al momento; los aviones roqueros (gracias JC por chivarme el nombre de la especie), que tenían el nido en la viga sobre la puerta de entrada, iban y venían incesantes, ahora la hembra ahora el macho; y yo necesitaba eso, paz, aire limpio y un espacio así de remoto donde intentar re-encontrarme para empezar de nuevo.







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