martes, 16 de septiembre de 2014

Crónicas de viaje III: Conversaciones y un trato excelente

En Cal Companyó, como les contaba hace unos días, había encontrado ese tipo de paz que me hacía falta, pero, además, recuperé algo que tenía seriamente adormecido, la práctica de la conversación. Y es que, si bien siempre he sido un animalito bastante social ⎯de esos que no paran de hablar, ni paran en torreta⎯, a lo largo de estos últimos años me había ido “ermitañando” de tal modo que hasta rehuía las conversaciones telefónicas; pero hay una característica de este tipo de lugares que muy raramente encontramos en la ciudad y es que todo el mundo, sean o no conocidos, te saluda, y a poco que des el paso inicia una conversación contigo. Pronto di ese pasito y dado que mi estancia era bastante larga en comparación con el resto de huéspedes que por allí pasaron, tuve la oportunidad de coincidir y charlar con un buen grupo de personas; los que allí vivían y/o trabajaban, los que se hospedaban y los que estaban de paso para comer o tomar unas cañas. Conversé con tod@s, y de tod@s ell@s aprendí alguna cosa.

Con quien más trato tuve, lógicamente, fue con el equipo del refugio: Noe y Martín, Alejandro y Esperanza (los padres de Noe) y Ahlam, Paco y Nora (la ayudante de cocina, su marido y su hija de 6 años); y calificarlos como personas amables y cordiales es quedarme muy, muy corta.

Con Noe y Martín tardamos menos de un suspiro en conectar ⎯sobretodo con Martín, que como buen argentino habla hasta debajo del agua⎯ y el trato fue espectacular. Pero es que, además de ocuparse de sus huéspedes se preocupan por ell@s. Continuamente me preguntaban como estaba, si todo era de mi gusto, si necesitaba alguna cosa. Si tenían un momento se sentaban conmigo y hablábamos de mi, de ell@s, de cine y música, de fútbol, de idiomas, o de desastres políticos. Ahlam, de familia árabe, me hablaba de su familia, de cocina, de como lamenta no haber hablado a sus hij@s el árabe de pequeñ@s, de su negocio (un restaurante en Guardiola de Berguedà)...; y su marido, Paco, resultó ser un masajista-terapeuta estupendo que me apañó los trapecios y con el que conversamos sobre remedios naturales y sobre las ventajas del agradecimiento en contraposición a la queja. Nora se dedicó a interrogarme siempre que podía. Con ella y Ahlam fuimos a recoger moras y ver atardecer; los cuatro a ver Les Fonts del Llobregat y mientras, juntas, dibujamos manzanos, refugios e hicimos aviones de papel.

Como a la semana de llegar Noe y Martín pudieron tomarse unos días de vacaciones y dejaron el hotel y el refugio a cargo de los padres de Noe, Alejandro y Esperanza, que me mimaron y malcriaron de tal modo que una de mis últimas noches, en que volvía a ser la única huésped del lugar, Esperanza se me acercó y me dijo: “Hoy te voy a hacer una cena de mamá, que me comes muy poco y te tenemos que cuidar”. Me preparó una tortilla de champiñones, una ensalada del huerto con tomatitos cherry y queso freso y un bol enorme con uva de Almería (Alejandro es de Almería y Esperanza de Soria) que ellos mismos cultivaban; y se quedó haciéndome compañía y dándome conversación durante toda la cena para que no comiera sola. Como ya imaginarán Esperanza pasó a convertirse en mamá Esperanza, un amor de mujer donde las haya. Alejandro me habló de su infancia en Almería, de sus años como guarda forestal, de la temporada en que ayudó a su hermano en el bar que regentaba y cada día me decía lo mismo: “Gemma si necesitas bajar al pueblo no dejes de decírmelo que yo tengo que ir casi todos los días”. 

El día de mi cumpleaños me encontré a Nora tras la puerta del baño con una sonrisa de oreja a oreja: “Per molts anys Gemma! T’hem portat dos regals!!”, me soltó nada más verme. La cara de Ahlam al enterarse fue un poema: “Nora! que era una sorpresa!!” Y lo fue, una sorpresa estupenda y una celebración divertidísima, con brownie casero, regalos, la llamada de Noe y Martin desde Ses Illes y el Cumpleaños Feliz cantado por tod@s ell@s más dos ciclistas de Huesca que entraban en ese preciso momento al refugio. Al terminar la canción uno de los ciclistas me preguntó cuantos años cumplía. “Cuarenta y tres”, le dije. “Ah, bien! Yo tengo cuarenta y cuatro. Con cuarenta y tres se vive bien”.

Noe y Martin 
Ahlam, Nora y Paco en Les Fonts del Llobregat
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