jueves, 26 de agosto de 2010

Cómo y por qué

Antes de emprender viaje hubo quien nos preguntó qué íbamos a hacer tantos días en Londres, si no acabaríamos aburridos de ciudad; después, al volver, una muy querida amiga, me preguntó si en esos 10 días nos alcanzó para ver la ciudad. No he podido dejar de darle vueltas a estas preguntas porque no, no nos alcanzó con 10 días, ni siquiera con 6 meses (tal vez a un ritmo más relajado pero sin demasiadas pausas) nos hubiera alcanzado para ver todo lo que sabíamos que queríamos ver —ni hablar de lo que aún no sabemos que está. Pero creo que el quid de la cuestión no está en cuánto, sino en cómo viajamos. Porqué elegimos una ciudad y no otra, qué conocemos de ella y qué esperamos descubrir, cómo lo planificamos.

Por supuesto que en 4 días cualquiera puede ver los lugares más “emblemáticos” de una ciudad (tenga el tamaño que tenga), esos que aparecen en todas las guías turísticas y de los que prácticamente todo el mundo ha oído hablar aunque no quiera. Los sitios claves, que para mucha gente son imperdibles, su “marco incomparable”. Y podemos quedarnos en ese marco, si es nuestra decisión, pasemos 4 ó 40 días.

Yo viajo para saber qué me cuenta la ciudad, conocer sus ritmos, o al menos intuirlos; sentir como respira desde diferentes perspectivas. Los museos, si son de entrada libre o no, y sus horarios, me hablan de sus gustos, de sus necesidades y aspiraciones; la arquitectura me cuenta su historia, sus éxitos y sus miserias —nunca agradeceré bastante la ayuda y la información que he recibido de Pep o Roger y que ha excitado mi interés por el dibujo de las ciudades—; las cafeterías, los pubs y los bares, los restaurantes y la gastronomía, me descubren, muchas veces y dependiendo de en que parte de la ciudad estén ubicados, como es la gente que los frecuenta y que vive cerca.

Quiero volver a pasear por Flores, ver las chocolaterías de La Paternal, si el “Molino de Fideos” sigue en pie y también tomarme un brownie en Las Violetas; pasear de nuevo por el Quartier Latin, comer en el Polidor, contemplar el Sena desde l’Ille de la Cité y pasar tres horas contemplando los relieves de Notre Dame; caminar por Southwark y Whitechapel, visitar Hampstead y recorrer el canal desde St. Pancras a Camden; repetir museos y visitar otros que no conozco. Me gusta viajar de esta manera, más lenta y puede que más cansada, llena de pequeñas sorpresas, necesitando volver de nuevo para ver como sigue todo y oír qué se cuentan de nuevo.

Pero repito, todas las maneras de viajar son buenas si no son impuestas, yo tengo la mía y me temo que está resultando adictiva. Si me paro a hacer la lista de lugares a los que quisiera ir (y no estoy hablando de una lista muy larga) es cierto que el mundo es muy grande, viajar es caro y el tiempo pasa muy deprisa. Habrá pues que organizarse.

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